Por Gabriel Coronado Estrada
Al igual que todos los que pasan y han pasado por este mundo, yo he sufrido a causa de otras personas, personas que por alguna razón, me han hecho daño, desde compañeros mal intencionados, personas envidiosas, delincuentes, gente perniciosa.
El mal existe, de eso no hay duda. Y es mejor estar atentos, porque a quien más a quien menos, le tocará sufrir a manos de otros. De hecho, si le pensamos un poco, nos daremos cuenta que el mal realmente lo hacen los seres humanos. No existe en la naturaleza; los otros seres sólo siguen sus instintos. Pero el ser humano sí que sabe hacer el mal conscientemente.
Ahora bien, no nos hagamos las víctimas: casi todos le hemos hecho algún daño a alguien, queriendo o sin quererlo. A veces, con la mejor intención, como puede ser ese padre de familia que, por ejemplo, en la mejor intención de que su retoño aprenda precisamente a defenderse, lo mete a tomar clases de box, con el resultado previsible de que en lo que aprende, al pobre chavo le parten hasta el occipucio , y le aflojan las muelas de por vida. Y todo para que, a la siguiente vez que se vea atacado por el grandulón de la escuela , opte por lo que el buen juicio y la lógica más certera aconsejan: es decir, huir despavorido. Si lo alcanza, el matalote se lo sigue sonando. Y de cualquier manera en la tarde, le sorrajarán hasta con la cubeta en la clase. Total, que entre los pegalones de la escuela y las clases de boxeo, será un milagro que el jovencito llegue a la edad adulta sin daño cerebral permanente.
Y nótese que el papá le pagó las clases de box con buena intención. Claro que el muchacho tendrá que pasar muchas horas reflexionando y madurando la idea de que recibir mulazos patrocinados tres veces por semana -aparte de los que ya le daban en el patio de la escuela- es algo que deberá agradecer a su padre. Por supuesto que le costará mucho perdonarlo...pero hay que hacerlo.
-¡Gradias babá! – le dirá el hijo a su padre, conmovido.
-¿Qué? Dirá el padre
-¡Que gradias bor das cdases de bos!
-¿Qué...?
“Gracias por las clases de box” quería decir el muchacho. Lo que pasa es que con el labio desprendido, la lengua rajada, la nariz rota y sin incisivos, es complicado hacerse entender.
Esto es difícil para el joven. Y eso que hubo buena intención. ¡Cuánto más difícil será cuando sabemos que la otra persona actuó con dolo y mala fe! Nos cuesta ser humildes y caritativos, y nuestro primer impulso es fantasear con hacerle algún daño fuerte (por ejemplo, encerrarlo en un cuarto a escuchar canciones de Arjona todo el día).
Algunos sueñan con la “revancha” o por lo menos, exhibirlos en público. Y no falta quien realmente cobre algún tipo de venganza. Pero vengarse, como deberíamos saber, no trae nada bueno. En el mejor de los casos, empobrecemos nuestra alma, y en el peor, el enemigo buscará atacar de nuevo, llegando a escenas poco juiciosas:
-¿Por qué le estás echando destapacaños líquido al coche del vecino, mujer?- dice el sorprendido esposo a la fiera consorte, que con los ojos desorbitados está ocupada vaciando un bote de drano en el techo de un volkswagen.
-¡Cállate y ayúdame! ¿no ves que ellos cortaron los lazos de la ropa antier? ¿o por qué crees que traes la camisa enlodada?
-Yo creí que la habías pintado con colorante vegetal...pero ¿no tiraron los lazos porque tú le rompiste la maceta de la entrada?
-¿De qué lado estás? ¡sí! ¡les rompí la maceta, pero porque se colgaron de nuestra luz ¿ya no te acuerdas?
-¡Pero eso fue el año pasado! Y creo que hasta eran otros vecinos ¿no?
-Esteee...pues creo que sí. Pero como sea, ¡se lo merecen! ¡para que aprendan...!
Pero los vecinos no aprenden. Y menos con esos métodos didácticos. Lo más probable es que se dedicarán a tocar la batería a las tres de la mañana o a buscar lagartijas vivas y a arrojarlas por las ventanas de sus queridos vecinos.
¿En dónde acaba esto?
Eso es lo malo. Si alguno no entra en razón, pueden acabar muy mal. Y ahí está la historia humana plena de guerras y conflictos, con gente sufriendo...y sin a veces saber ni cómo empezó todo.
Una persona que conozco y admiro por su madurez y la tranquilidad con la que enfrenta los problemas de la vida, me dijo hace algunos años:
“No es fácil, pero créeme que uno de los mejores consejos que he escuchado en mi vida es la máxima cristiana: “Devuelve bien por mal”. Así me lo aconsejaron mis padres, y así lo comprendí . Así que un buen día me propuse seguir este consejo tan simple, pero tan sabio. Gracias a ello, siempre que lo he seguido, he encontrado eso que tanta gente busca en terapias, tratamientos y horóscopos chinos sin encontrarla: algo de paz interior”.
“Claro que no siempre lo he podido hacer, pero a lo largo de mi vida, cada vez que alguien me ha hecho algún daño, he procurado corresponderle brindándole mi amistad. ¿Qué alguien me robó mis ideas en el trabajo? Quizá me queje, pero le deseo mucho éxito. ¿Qué otra persona me traicionó y luego tiene el descaro de pedirme que lo recomiende para algún trabajo? Lo recomiendo, no faltaba más. Y procuro hablar bien de ellos”.
“Muchas veces-todo hay que decirlo-queda uno como “tonto”, sobre todo ante las personas que fueron educadas en el “no te dejes”. Y créame usted que llegan a calentarle a uno la cabeza. Pero no hay que ceder. De verdad, al final de cuentas, cuando pasa el tiempo y volteamos atrás, nos damos cuenta de lo sabio que fue aguantar un poco, dejar pasar algún daño, perdonar y hasta orar por nuestros enemigos. Se siente uno mejor que si los hubiéramos arrojado por un puente del periférico. “Si alguno te golpea una mejilla, pon la otra” dijo el sabio Maestro de maestros. Sabía de lo que hablaba. No he conocido gente realmente feliz que no haga esto”.
En lo personal, he tenido la fortuna de comprobar que ese amigo tiene razón. Siempre que he devuelto bien por mal, me he sentido como una persona sabia, me he sentido a gusto conmigo y con Dios. He sentido la satisfacción de saber que sigo el ejemplo de gente muy grande. Y me siento muy bien.
Así que mi consejo es: Perdonemos; devolvamos bien por mal.
Aunque se trate de Ricardo Arjona...
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