lunes, 31 de mayo de 2010

Propiedades Nutricionales de los Sopes-Humor

PROPIEDADES NUTRICIONALES DE LOS SOPES*
Por Gabriel Coronado Estrada

Información nutricional

 Los sopes (de maíz, frijol, con queso rayado, cebolla picada y salsa picante) aportan carbohidratos complejos, que, al ser asimilados lentamente por el organismo, permiten tener energía a largo plazo
 El maíz es una rica fuente de vitaminas, zinc y proteínas
 Los frijoles aportan hierro, importante en la formación de glóbulos rojos. La falta de hierro en la dieta es causa de anemia
 El queso rallado es fuente de proteínas, grasas y vitamina A
 La cebolla contiene vitamina B2, esencial para el mantenimiento de la piel, las membranas mucosas, la córnea y los nervios
 El aceite vegetal es bajo en colesterol y aporta energía
 La salsa, si es con jitomate rojo, aporta licopeno
 El chile es fuente de capsina y vitamina A
 La Coca-Cola aporta carbohidratos simples, que significan calorías de rápida asimilación. La cafeína que contiene activa la circulación y te pone en alerta. Además, es un excelente catártico digestivo.
 La cerveza es fuente de carbohidratos simples y complejos. Si se toma fría, actúa como sedante


Con todo esto, puedes tirar por la borda tus escrúpulos a la hora de irte a recetar tus sopes de antojo.

Ahora bien, ¿Qué todo esto es una descarada mentira**? bueno, quizá. Pero no te preocupes, tú reviéntate tus sopes. Ái mañana Dios dirá...



*Sope: Antojito mexicano muy característico de la mesa central de México. Consiste en...¡bueno, ustedes saben en qué consisten! o qué, ¿se van a hacer los exóticos ahora?

**Bullshit

Y No Vayas a Rajar...-Crónica de mi secuestro exprés

Y NO VAYAS A RAJAR, PORQUE TE VA PEOR

Por Gabriel Coronado

Ciudad de México. Agosto de 2003. Junto con Juanes, Luis Miguel y los concursos de “Big Bobos” (o algo así), los secuestros express son la moda en México. Una modalidad de ellos consiste en tomar al rehén y pasearlo durante un rato por la ciudad o sus alrededores mientras es despojado de sus tarjetas bancarias, su dinero y otras cosas que pudiera traer consigo, incluyendo su reloj y su fe en la humanidad. Existe una gran variedad de alternativas. A mí me fue reservada la de “El Taxi”.

Eso me pasa por bocón. Por años había aconsejado a todo aquél que se me pusiera enfrente, tener precauciones lógicas; “no camines en el sentido del tránsito cuando salgas de un banco” ; “no salgas con dinero en efectivo”; “no salgas solo. Ni acompañado. Es más, no salgas...”


Pero yo sí salí. Tenía que hacerlo, pues debía salir a ganarme el sustento (por mi gusto yo me quedaría en mi casa, pero mi jefe se pone pesado e insiste en que me paga por presentarme a trabajar). Como se me hacía tarde, decidí abordar un taxi, en vez de pasar por todo el proceso que implica sacar el coche de un garage en una calle atestada de neuróticos matutinos, recibir insultos, esperar a poder pasar, etc. . Así pues, salí veloz cual político en campaña y me subí a un taxi, aun cuando noté que tenía los vidrios polarizados, recurso que, me enteraría después, es muy socorrido para secuestrar incautos.

-¿A dónde lo llevo, joven?

-Voy hasta Churubusco, fíjese nomás. ¡Y con el tráfico que hay! ¡qué barbaridad! ¡ah! ¿se va a dar la vuelta por aquí? Pues sí. Quizá sea lo mejor. Es que luego por acá no salimos bien, con eso de que hay tantos colegios en Lindavista. ¡Ah! Mire, si se puede ir por...¡ándele usted sí sabe! Esta es la mejor ruta. ¡Nombre! Si nada más para llegar a Insurgentes el otro día me tardé quince minutos. Antes yo trabajaba hasta Santa Fe, imagínese. Un día en que iba yo para allá, me pasó algo muy chistoso, iba yo...


Pero justo en ese momento me vi interrumpido por el sorpresivo abordaje de dos delincuentes que para más señas, tenían cara de delincuentes. Al menos tengo el consuelo de que el méndigo chofer, que era cómplice, siempre se quedará con la horrible duda de cuál era el final de la anécdota que le iba yo a contar.


Los dos malvivientes se sentaron uno a cada lado mío aprisionándome con sus corpachones.

-¡Tranquilízate, Güero! Si no te va a pasar nada; tú nomás relájate...

Que me relajara, claro. Un muy buen consejo. ¡No, si casi podría decir que la voz de aquél sujeto fue como un bálsamo para mis nervios! No sé cómo no lo grabé para escucharlo en mis noches de insomnio ¡relájate! ¡sí cómo no...!
Después del estúpido comentario, el gañán procedió a explicarme el procedimiento del asalto con una precisión y en un tono de voz que revelaban conocimiento y profesionalismo. Me parecía estar frente a un guía de Epcot Center. Casi podía imaginármelo tomando un curso de capacitación para rateros:


El instructor:-...y sobre todo, asegúrense de que el cliente conozca y entienda bien las instrucciones. De ello depende en gran medida el éxito del proceso. Especifíquenle pues muy bien los pasos y los derechos que adquiere como asaltado.

El aspirante a ratero:- ¿y si la víc...que diga, el cliente se pone pesado?

El instructor:- ¡Ah bueno! Eso lo van a ver en el módulo de Armas y Herramientas, pero yo creo que con un buen zape tiene. ¿Alguna otra pregunta...?

Por lo que pude notar, el ratero que me tocó en suerte debió de haber aprovechado muy bien el curso, pues me explicó perfectamente lo que íbamos a hacer, cómo y en qué orden hurgarían mis cosas y luego mi persona, el tiempo aproximado que duraría el asalto y por qué me convenía quedarme callado y mantener la vista al frente con los ojos cerrados (lo cual me pareció una tontería, pues no podía tener, con los ojos cerrados, la vista hacia el frente ni hacia algún otro lado, pero mejor no dije nada).

Como suele suceder ante lo inesperado, fue después del impacto inicial, que me di cuenta de cuál era mi situación: ¡ME ESTABAN ASALTANDO! Muchas posibilidades de acción acudieron entonces a mi mente . Posibilidades que iban desde salir despavorido del vehículo dando alaridos, hasta desmayarme en los brazos de mis agresores. Pero después de considerar las consecuencias de cada alternativa, opté por mejor cerrar los ojos y cooperar.

Dije más arriba que el chofer estaba en contubernio con los asaltantes que se subieron al vehículo. Esto lo deduje gracias a mi naturaleza especialmente perspicaz y a mi ojo bien entrenado. Claro que también ayudó, el hecho de que vinieran platicando entre ellos...

-Ton’s qué pinch’ patotas ¿vasir?
-No, uei
-¡Ohhh! ¿por qué no uei?
-Nooo pus’ ora sí que ps’ luego te digo ¿no? es que luego a quién le encargo el negocio…
-¡Oh! ¿ya ves? No seas nena…


Y así iban transcurriendo los minutos mientras nos desplazábamos lentamente por entre el denso tráfico matutino. Iban tan relajados platicando, que hasta me quitaron de la mente el hecho de que estaba yo en medio de un secuestro. Por momentos me parecía estar viviendo una situación normal, como si se tratara de un tour compartido con gente desconocida. Casi le pregunto al patotas por qué no le dejaba el negocio a un cuate y por poco me ofrezco a cuidárselo yo mismo. Si no lo hice, fue porque me di cuenta de que mi intervención habría sido poco oportuna, por varias razones: a) Se trataba de una conversación privada b) En realidad no tenía yo mucho de conocer al Patotas y c) Me estaban hurgando las bolsas traseras del pantalón.

-Tranquilo, güero, nomás te vamos a sacar la cartera…me dijo el Patotas
-El dinero lo traigo en …
-¡Oooh! Tú tranquilo. Al final lo vamos a encontrar. Tú relájate..
-Vas bien ¿eh güero? ‘tas coperando bien. Si sigues así, me cái que no te madreamos.

Ahora estaban revisando mi portafolios.

-¿...Y estas películas qué onda? Preguntó el Chiricuas
-Son para unos cursos que voy a impartir.
-¿Cursos? ¿cursos de qué?
-De capacitación a empresas. A eso me dedico, soy consultor…
-¿Cómo consultor…?
-Bueno, instructor. Voy a empresas diferentes y les imparto cursos…
-Ta’ chiro. ¿Y les pones películas?
-Sí…

El Patotas me había quitado mientras tanto mi reloj y ahora hurgaba también en mi saco. Iba sacando monedas, mi pluma, mis llaves (¡que no se las quede, por favor!) mientras yo trataba de recordar la oración completa al ángel de la guarda, esperando que mi ángel se mostrara más competente que los de la familia Kennedy...

En eso, el Patotas me espetó:

-Qué ¿no tráis celular?
-¡Huy! Si les cuento, se van a reír. Me lo robaron.
-¿Cómo que te lo robaron? ¿dónde?
-En un avión. Lo dejé en mi chamarra, adentro del compartimiento de equipaje. Cuando bajé del avión y me la puse, ya no estaba el celular.
-¿Y no se habrá caído de la chamarra?
-Lo mismo me dijo la sobrecargo, pero yo lo traía en una bolsa con cierre.
-¿Osea que te lo bajaron en el avión?. Chaaale...si te digo que luego la gente...¡hijo ma’ ¿cómo ves Chiricuas? Es que de veras que ya, ¡no mano! ¡hay qué cuidarse!
-¿Sí, verdad?- dije yo.


El Patotas se oía verdaderamente decepcionado de la naturaleza humana. Más lo hubiera estado si hubiera sabido que, por razones que se me escapan, me inventé de momento la historia del celular. En realidad lo había dejado en la casa. No lo saqué del engaño para no preocuparle más por la pérdida de valores en nuestra sociedad. Además, mi improvisación había creado un interesante efecto de silencio que me gustó. Los tres gañanes estaban meditabundos. “Ya no se puede confiar en nadie” parecían pensar.


El tiempo siguió avanzando, cosa que, por otra parte, siempre hace el tiempo. No me impactaba esto por sí mismo, sino por el hecho de que se me estaba haciendo cada vez más tarde para llegar a mi trabajo.


Es curioso ver cómo funciona la mente en algunas situaciones extremas: aunque en un principio temí por mi vida, y por la impresión que se habría llevado Mague, mi esposa, cuando le reportaran que me habían encontrado tirado sin vida en una lejana propiedad privada en el estado de Hidalgo –y sin tener permiso de acampar ahí- , pero conforme fue pasando el rato mis preocupaciones cambiaron; ahora desesperaba de llegar a tiempo a cumplir mis obligaciones.

Mi ansia iba en aumento. La responsabilidad me ganaba (y no otra cosa, como yo me hubiera imaginado). Esto fue notado por el Chiricuas, que volvió a entablar plática conmigo:

-Qué. ¿´stás nervioso güero? Si ya te dijimos que nomás vamos a pasar aquí al cajero.
-No, lo que me apura es que no voy a llegar a la chamba...
-¿Pus’ a qué horas entras?
-¡Entraba! (risas) a las ocho ¿qué hora tienen?
-No traigo reloj...
-¡Cómo no! el mío.
-¡Ah de veras! (...) ta’ chiro tu reloj. ¿Hasta dónde vas?
-Hasta Churubusco.
-No ps’ ya valiste, hijo. Ya son diez para las ocho y andamos rete-lejos.


En ese momento fuimos disminuyendo la velocidad paulatinamente. Ahora fue el turno del Patotas.


-Aver óra sí, danos tus claves de las tarjetas. Pero de veras ¿eh? Nomás...
-¡NOMÁS NO SON! –interrumpió el Chiricuas- ¡Y me cái que te chingamos, cabrón!
-Ya bájate, uei - terció el chofer.
-¡Aguántame! ¡Me cái, cá , que si te pasamos a chingar! ¡MÁS TE VALE QUE SÍ SEA EL NÚMERO ¿EH? ¿EH?

El Chiricuas había adoptado, como un actor que ya ha entrado plenamente en el papel, una actitud fiera y desequilibrada, que le pareció evidentemente más acorde para el momento. Parecía haber recordado que tenía que mostrarse intimidante en aquel punto del proceso. -Otra vez el curso para rateros, me dije. - “Para evitar re trabajos, asegúrense de mostrar una actitud agresiva, como de loco peligroso. Así, muy bien alumno Chiricuas, tiene usted un punto más para el examen...”


-El número es 5586 – dije lo más tranquilamente que me fue posible, considerando que me venían clavando un desarmador en las costillas.
-¿Ese de cuál es?
-De las dos.
-¿De cuál?
-¡De las dos! Es el mismo número de las dos tarjetas...
-¡Órale!. Nomás no es...
-Te friegas, cá - terció el Patotas
-Claro que sí es, hombre – dije con firmeza, aunque se me fue un gallo.


Sentí cómo el automóvil se detuvo con un violento frenazo. Se abrió y se cerró violentamente la portezuela. El Chiricuas se había bajado. Empezamos a movernos, y en eso el Patotas gritó.

-¡PÉRATE! ¡aguanta calor...!
-¿QUÉ PASÓ? -Gritó el que iba al volante.

Movimientos impetuosos y desordenados. Yo me estremecí, lo confieso. Imaginé un encuentro con un escuadrón antiasaltos fuertemente armado. ¿Y si me dan varios balazos? ¿O aunque sea uno? ¿y si me toman de rehén en su loca huída? ¿y si...?


Se abrió violentamente la portezuela. Yo habría cerrado los ojos, si no los hubiera ya tenido cerrados, esperando lo peor. Escuché la respiración acelerada del Chiricuas que soltó violentamente:


-¿CUÁL DIJISTES QUE ERA EL NÚMERO, GÜERO...?
-¡Ah cómo eres güey! ¡te digo! Le dijo el Patotas.
-Cincuenta y cinco ochenta y seis. Cinco, cinco, ocho, seis. ¿Qué no sirvió? –dije aparentando calma.
-¡No sé!, es que se me olvidó...
-Anótatelo en la mano- le dije
-Es que no traigo pluma...

Yo alcé mentalmente los ojos al cielo.

-Cómo no, me acaban de quitar dos.
-¡Ah, pos´de veras! A ver: cincuenta-y cinco ochenta-y- seis.
-¡Apúrate, cá!-dijo el Patotas
-Ya, ya va...


Ya de por sí es molesto verse robado, pero además es humillante que nos robe un idiota incapaz de recordar cuatro simples numeritos. No imagino qué habría hecho este imbécil si hubiera tenido yo tres tarjetas con otros tantos números confidenciales. Se ve que no le llegaba agua al tinaco.

Se volvió a escuchar la portezuela cerrarse y volvimos a arrancar. Nos metimos de nuevo al desesperante tráfico matutino. A mí no dejaba de asombrarme notar cómo podíamos andar en plena calle en aquella situación; yo con los ojos cerrados, con una banda a bordo asaltándome y sin que nadie lo notara. Pero en la Ciudad de México ya nadie se asombra de nada. Supongo que sólo habríamos llamado la atención si quien hubiera llevado los ojos cerrados hubiera sido el chofer. Pero creo que ni así. Hay que recordar que hemos sido gobernados en esa forma –con los ojos cerrados- por varias décadas.


Seguíamos avanzando penosamente. A mi alrededor llegaban los característicos sonidos del tránsito cargado. Los rateros por su parte, siguieron en amena conversación, acompañada con una horripilante música de “salsa” que imagino volveré a escuchar en el purgatorio. Según pude enterarme por la plática, el Patotas ya mero iba a acabar de pagar “la madre esa” y ya no quería comprar otra. No era negocio. El chofer trataba de convencerlo, pero seguían en un estira-y-afloja de negociaciones intensas.


A mí parecían ya ignorarme por completo, lo cual , debo confesarlo, me tenía un poco amoscado. Después de todo yo era la víctima y deberían haberme dedicado un poco más de atención; no en balde seguramente yo iba seguramente a financiar la “madre esa”. Pero después de esculcarme hasta los omóplatos, ya no parecía yo importarles en lo más mínimo. Seguramente no asistieron al módulo de Urbanidad y Buenas Maneras del curso. Un ratero más decente me hubiera preguntado qué música me gustaba o por lo menos le hubiera bajado al volumen a la radio...


Cuando en la propia radio hubieron pasado unas dos piezas digamos, musicales, aderezadas con interacciones culturales por parte del locutor con sus oyentes (¿cómo se oye la Zeta en la colonia La Marranera? -¡Salvajemente grupera! –¡Se ha ganado un bonito reloj despertador pa’ que no se me duerma!) , se escuchó el inconfundible sonido de un teléfono celular . Resultó ser el Chiricuas, que avisaba que ya había despachurrado con todo éxito mis tarjetas de crédito. Eso significaba que ya podían dejarme ir.

-¡‘Ora sí güero!. Ira, como te portastes derecho, te vamos a dejar ir y no te vamos a hacer nada. Pero óra sí que me vas a hacer caso ¿oyes?
-Sí.
-¿Oyes?
-Sí.
-Ta’ bien, ira: en donde te bajemos te vas a bajar tranquilo. Te vas a llevar tu portafolio y te bajas con la cabeza agachada y los ojos cerrados. Te vas’ir caminando por toda la calle. ¡Pero nomás volteas o corres o te pasas de lanza, sí te sonamos un plomazo!. ¿Oíste?
-Sí.
-¿OÍSTE?
-¡SÍ! (el que no parecía oír era él).


Siguieron dos o tres minutos de marcha, una o dos vueltas y...


-¡AQUÍ! ¡AQUÍ! ¡PÁRATE! ¡Órale pinche güero! Bájate sin abrir los ojos...
¡Agarra el portafolio!
-¿DÓNDE ESTÁ? ¡AUCH!
-¿No te digo? Ya te pegastes en el techo. ´Tas muy grandote, güey. ¡Fíjate! ¡Que agarres el portafolio!
-¡No lo veo! ¡Traigo los ojos cerrados!
-Los ojos cerr...¡ah de veras! Este...¡no! ¡entonces sí ábrelos, pero sin ver!
-¿???
-¡Cómo sin ver, inch’ patotas! – intervino el chofer.
-Bueno, ¡sin vernos a nosotros! ¡pero ya testás apurando! Agáchate. ¡BRÍNCATE!
-No cabe, güey. Hazte para acá...
-Apus’ sí. Sale. Ora sí. Sale güero, sin voltear ¿eh? ¡Luego la vemos!
Salí a trompicones. Ya sobre la banqueta, dudé entre despedirme de mano cortésmente, o sencillamente irme. Opté por lo segundo, aunque no sé si fue lo más correcto.


Caminé con la cabeza gacha, como americanista después de empatar. Iba pensando en lo que haría después y entonces caí en la cuenta de que ya me conocía perfectamente la rutina post-asalto. ¡Me la habían platicado tantas veces! No habían pasado más de ocho meses desde que a mi cuñada la habían paseado en su automóvil y la habían abandonado de igual forma. Lo mismo habían vivido mi padre, un amigo y dos compañeros del trabajo ¡uf! Por lo mismo sabía que era muy improbable que me dispararan mientras caminaba por aquella calle de barriada. De cualquier manera, me sentía bastante escamado.


No conté ni cincuenta pasos y retorné pausadamente hasta la bocacalle. “-Por lo menos no me quitaron los zapatos...” me dije y respiré aliviado y agradecido, como todos los que a diario sufren de este tipo de asaltos, por haber salido prácticamente ileso de la aventura.


No dejaba sin embargo, de sentir cierta morbosa emoción. ¡Había sido asaltado y vivía para contarlo!. Era una suerte de iniciación “¡La cara que van a poner en el trabajo cuando lo platique!”

Pero ni siquiera ese consuelo tuve: todos tenían alguna anécdota mejor y más peligrosa que contar al respecto. Ya fuera que les hubiera sucedido a ellos o a alguien muy cercano, había todo un catálogo de aventuras, que incluían golpes, ataduras, desapariciones, rescates impagables o sangre en abundancia.

Ni hablar, pues. La siguiente vez me voy a asegurar de que me den por lo menos un navajazo, o ya de perdida que me boten con el auto en marcha.

Digo, para que sea algo digno de contarse...

Curso de Inglés de Emergencia-Humor

CURSO DE INGLÉS DE EMERGENCIA

Esto no es mío. Me llegó por internet, pero está genial.

Si tiene que viajar de emergencia a los Estados Unidos y no tiene tiempo para aprender Inglés, lea esto; lo puede salvar en un momento de necesidad:

Si quiere una COCACOLA diga GUIMI A COUC.

Si quiere un café y una dona, diga COFI AN DONOT.

Si quiere unos huevos con jamón diga JAM AN EGS.

Si se agarra un dedo con la puerta del Taxi diga FOC.

Si algo le parece muy costoso diga FOC.

Si se cae en el metro diga FOC.

Si lo asaltan en el Bronx, diga FOC.

Si se encuentra con una mujer de esas de película, diga UARA FOC!.

Si alguien le grita algo que contenga FOC responda FOQUIU TU.

Si pierde el pasaporte, detenga un policía y diga:
AI LOST MAI FOQUIN PEIPERS.

Si se pierde en la ciudad, grite AI AM FOQUIN LOST.

Cuando se refiera a un tercero diga DE FOQUIN GAI
OVERDER.

Si quiere acostarse con una morenota dígale AI UANA
FOC WIT YU.

Si quiere acostarse con una rubia dígale JELOU, CAN
AI FOQUIU?.

Si no sabe dónde tomar un Taxi diga JAO TU GUET A
FOQUIN CAB?.

Si está muy enojado no diga REFOC, solo diga FOC varias veces.

Si le quieren tomar el pelo pregunte ARYU FOQUIN MI?.

Y si estas instrucciones no le sirven de mucho....
"UAT DA FOC YU UANT?"


SPANISH FOR GRINGOS (Para que los Gringos aprendan castellano)

There's always something to learn or to try, many times you need to say some phrase in Spanish, but you don't know how to say it, don't worry, your problems have finished, if your are a gringo and you don't speak Spanish, the Smart Gringo will be helpful in your learning.


For instance, we took from it some common phrases, just try and you're gonna see the difference and how easy is to speak Spanish.
(léalo en inglés, está genial!)

Boy as n r = Voy a cenar = I'm gonna have dinner

N L C John = en el sillón = on the armchair

Be a hope and son = viejo panzon = fat old man

Who and see to seek ago = Juancito se cagó = Little John is a chickenshit.

S toy tree stone = estoy tristón = I'm kind of sad.

Lost trap eat toss = los trapitos = the little rags

Desk can saw = descanso = (you) rest.

As say toon as = aceitunas = olives.

The head the star mall less stan dough = deje de

estar molestando = stop bugging me.

See eye = si hay = yes we have

T n s free o ? = tienes frio = are you cold?

Machine Gun = Más chingón = The Number One

El Atentado se Iba a Hacer en México-Humor

¡El Atentado se Iba a Hacer en México!
Por Gabriel Coronado

(Estas tonterías las preparé cuando sucedieron loa atentados del 11 de Septiembre, de infausta memoria; no sabría decir a quién se le ocurrió primero la idea, pero después vi versiones similares por todas partes, incluyendo algo con Eugenio Derbez)

Bitácora de Actividades de los terroristas Encontrada entre los Escombros del WTC de Nueva York.


Día 1

11:47

Llegamos vía marítima a México. Desembarcamos en el puerto de Veracruz.

15:36

No podemos continuar. Parece ser que han extraviado nuestro equipaje.

18:32

Finalmente recuperamos prácticamente la mitad de las cosas. Perdimos un carísimo equipo que se quedó en la aduana. No pudimos pagar una especie de impuesto que aquí llaman “mordida” (No entendemos el concepto de “a su criterio” espero instrucciones al respecto).

19:00

Por fin estamos en la calle. Comeremos algo y abordaremos un autobús hacia la Ciudad de México.

Día 2

Mis tres compañeros y yo estamos enfermos del estómago. Comimos un platillo local que llaman “tacos” y otro que llaman mondongo a la veracruzana con salsa. Nos turnamos para usar el baño y...(¡debo ir de nuevo antes de que Ahmed se meta y me gane!)

Día 3

Actividad detenida. Seguimos enfermos. El farmacéutico menciona a un tal Moctezuma y alguna venganza. Tenemos miedo. Parece ser que fuimos agredidos con armas biológicas. Estamos encomendando nuestras almas a Alá. Quizá no pasemos de esta noche. Los servicios de Inteligencia locales deben de habernos detectado y por ello nos envenenaron.

Día 4

Cada vez pesamos menos. Estamos ojerosos. Ese tal Moctezuma sabe lo que hace. Mis uñas ya no existen, las raspé por toda la pared del baño. Jalil nada más boquea.

Día 5

Milagrosamente nos salvamos. Pero hemos quedado tan flacos que la túnica nos da dos vueltas. Hoy partimos hacia la Ciudad de México.

Día 6

Hemos llegado. Con la novedad de que nos fueron robadas las maletas con todo nuestro equipo en una terminal de autobuses llamada TAPO. Sólo nos dejaron los turbantes y las túnicas (todavía no sabemos cómo nos quitaron los calcetines). Esperamos instrucciones y algo de dinero.

Día 7

6:37 a.m.
Por fin hoy trataremos de acercarnos a nuestro objetivo: la torre Latinoamericana.

11:54
No conseguimos llegar al objetivo; abordamos un taxi que nos cobró 50 dólares y nos abandonó en una zona llamada “Lagunilla” en donde dijo que podríamos encontrar paisanos. Ahí fuimos despojados de los turbantes. Decidimos robar un auto, lo que conseguimos con éxito. Sin embargo nos topamos con una manifestación de cañeros y otra de maestros. Fuimos desviados y ahora nos encontramos extraviados en un lugar que los lugareños llaman Iztapalapa. No tenemos miedo: somos terroristas curtidos y bien entrenados.

Día 9

Ya puedo escribir. Topamos una pandilla de salvajes que nos atacaron con todo éxito. Ya tampoco traemos las túnicas. Aunque acudimos a una patrulla policíaca en busca de ayuda, no conseguimos más que nos arrestaran. Amenazamos con detonar una bomba y los empleados se limitaron a tomar nota de los hechos. Me dejaron salir al banco y entonces los policías me despojaron de mil dólares “en depósito”. Se nos dijo que cuidadito y “rajáramos”. Tampoco entiendo el concepto. Alí da muestras de debilidad, pues llora a la menor provocación. ¡Alá nos prueba en formas muy duras y extrañas!


Día 10

08:41
Llegamos al aeropuerto. Secuestraremos aviones de una aerolínea denominada “Azteca” .

10:32
Todavía no nos atienden.

11:56
Estamos en un restaurante llamado “Wings”. Nos dieron algo que llaman “cortesía” para comer pan con mantequilla mientras consiguen un avión.


Día 10

07:24
Pasamos la noche esperando abordar. Parece ser que no sirven los aviones. Creemos que algún otro terrorista ya se nos adelantó y los saboteó.


Día 11
Estamos atrasados ocho días con respecto al plan original. Decidimos recuperar el costo de los boletos, pero parece ser que no son reembolsables. Nos consideramos gente ruda, pero cuando protestamos nos enviaron con unos agentes que aquí llaman “judiciales”. Se nos arrugó ...el cuero. Tuvimos qué darles otro impuesto “mordida” (parece ser que se paga para todos los servicios). Ahmed quiere a su mamá.

Día 12
Todavía no abordamos. Parece ser que están reparando una pista del aeropuerto. Para matar el tiempo y revitalizarnos nos han recomendado un brebaje que aquí llaman “Tequila”.

Día 14
Abortamos la operación. Nos iremos en cuanto se nos pase el efecto del brebaje. Es como si nos hubieran pasado cien camellos por encima. Aquí le dicen algo así como “cruda”. Tampoco entiendo el concepto. En rápido e improvisado consenso, decidimos dirigirnos a E.E.U.U. , que suponemos, será menos peligroso.

Día 15
No llega la camioneta de “Polleros...”

Alerta Mundial-Humor

¡Alerta Mundial!
Por Gabriel Coronado



¿Le ha sucedido? Estamos en un estacionamiento –a bordo de un coche, claro está- buscando lugar desesperadamente. De pronto, vemos un lugar desocupándose. Aceleramos con la emoción de un perro de fonda ante un trozo de aguayón, pero justo cuando vamos a entrar en el lugar, surge como de otra dimensión una camionetota tripulada por una señora vestida con una blusa floreada y antes de que atinemos a saber qué pasó... ¡nos lo gana!

Lo peor es que este tipo de señoras se salen con la suya tan campantes. Tienen tan bien hecho el numerito, que uno llega a creer que realmente no se percatan de nuestra presencia. Pero no se deje usted engañar: estas señoras saben cuánto nos hicieron sufrir. Incluso se regodean en ello. En las tardes, cuando se reúnen en algún lugar secreto y lóbrego con otras de su especie, hacen un recuento de las víctimas del día y sueltan tremendas risotadas al describir sus fechorías, que a menudo incluyen choques de frente, ataques a bolsazos y luchas cuerpo a cuerpo.

Bien, pues prepárese para lo que le voy a decir ahora. Según mis investigaciones, estas broncas mujeres pertenecen a una organización internacional a la que llamaré en clave “Las Dragonas”.

Así como lo oye.

Urge perseguir y desenmascarar a estas mujeres. Entiendo que haya asuntos más importantes en apariencia, como evitar que Iran o Corea del Sur se despachurren el planeta o encontrar la manera de que no renuncie el chavo que sale en las películas de Harry Potter. Pero esto también es importante: Estudios sobre el consumo mundial de gasolina demuestran que más de un 85% de se desperdicia peleando por estacionarse para comprar hamburguesas, comprar chucherías electrónicas o ropa interior. Y las Dragonas hacen que esto sea más dificultoso.

Entonces, hay qué acabar con ellas. Para ello se precisaría de una organización con amplios poderes, al estilo de los Intocables de Elliot Ness. Sobra decir que yo cooperaría gustoso en las tomas por asalto de sus bunkers. Irrumpiría a hachazos en ellos, y luego las desenmascararía ante el juez Baltasar Garzón, ya que ellas tienen objetivos bien definidos, a saber:

a) Provocar una crisis energética diezmando las reservas de combustible mundial mediante el recurso de forzar a los automovilistas a circular por horas en los estacionamientos
b) Hacer quebrar a las compañías de seguros mediante choques continuados, afectando con ello las bolsas mundiales.

c) Promover el uso de blusas floreadas con pantalones de mezclilla y tacones (esto último no es criminal, pero se ven bastante mal).

Y eso no es todo. Según he podido comprobar, existe otra organización criminal de alcances internacionales, que está integrada por viejitos que circulan a 15 km. por hora en Chevrolets 1973 y Vochos destartalados por los carriles de alta velocidad de las grandes ciudades en las horas de mayor tráfico. A veces incluso, estos terroristas de la tercera edad logran formar una valla infranqueable de tres automóviles para no dejarlo a uno pasar ni a diablazos. Esta organización está hermanada con la de Las Dragonas y sus miembros se identifican entre sí porque usan sombreros de fieltro y sacos grises sobre camisas de cuadritos. Estos peligrosos terroristas buscan también la desestabilización mundial, pero por otro flanco. Sus objetivos son:

a) Forzar un alza artificial en los precios de la gasolina al provocar mayor gasto por embotellamientos
b) Acabar con el sistema nervioso de la gente de buena voluntad
c) La degradación ecológica mediante el desgaste vía frenazos, de las llantas de automóvil

Una evidencia irrefutable del carácter criminal de estos individuos es el hecho de que sólo salen a la luz del día en horas pico. Nadie los ve en horas de poco tráfico.

Preguntas para los escépticos: Si la intención de estos sujetos no es criminal entonces respóndanme ¿a dónde van estos viejitos a las seis y media de la mañana? ¿por qué salen en masa? ¿en dónde se consiguen los sombreros de fieltro...?

Por ahora ambas organizaciones están logrando sus oscuros objetivos, pues como dije al principio, cada día sube más el precio del combustible. Ya sabe usted ahora las verdaderas causas y no puede desentenderse así nada más. Las versiones oficiales que hablan de los vaivenes sociopolíticos son meras pantallas para ocultar lo ineficaces que son los servicios de inteligencia mundiales, sobre todo desde que Pierce Brosnan dejó de ser el 007.

Y mientras todo el mundo busca musulmanes sospechosos, esta gente hace de las suyas. Pero que no se confíen estos villanos. He aquí a un ciudadano atento a salvaguardar la sociedad. Ni Matt Damon lo haría mejor. Ahora mismo por cierto, estoy investigando los objetivos y naturaleza de otra organización internacional secreta todavía más siniestra: los promotores de la música grupera.

Seguiremos informando...

EL OMBLIGO DEL MUNDO

EL OMBLIGO DEL MUNDO
Por Gabriel Coronado Estrada

En cierto programa de radio que escuché hace unos días, entrevistaron a un hombre que había tratado de suicidarse. ¿Por qué el interés en él en particular? ¿es que se trataba de un caso especial por alguna razón? No. Fuera de lo obvio (su intento de suicidio), el tipo no tenía nada de interesante. De hecho, fue él quien pidió la entrevista.

El hombre se soltó quejándose de la vida tan dura que había tenido, de un accidente que sufrieron sus padres cuando él era niño, de cómo “nadie” le ayudó entonces, de cómo estaba enojado con Dios e iba a patear una iglesia cercana a su casa, y que, para colmo, ya adulto, su mejor amigo murió, cuando él menos se lo esperaba. En sus propias palabras, es una persona con muy pocos amigos ( y con ese carácter, a mi me sorprende que haya tenido alguno).

¿Sufre este hombre? ¡claro que sí! no es para menos. Cuando niño (tenía ocho años) queda huérfano de padre y prácticamente a cargo de una madre baldada, minusválida . Nuestras condolencias y compasión hacia esa familia y a aquél niñito no se hacen esperar. Sufrió algo tremendo, eso no está a discusión.

Pero no deja de llamar la atención que, cuarenta años después, este hombre siga aferrado a aquello; escuchándole hablar, uno termina con la impresión de que esta persona se siente muy especial por haber sufrido tanto; como que vivió algo por lo que todos deberíamos estar pendientes de él, compadecerle...y hasta entrevistarle por radio a nivel nacional. Un olorcito a egocentrismo se siente en el ambiente. Es decir, sufre porque quiere sufrir. Y su vida debe de ser un infierno, aún cuando sea construido por él mismo.

Curiosa actitud ¿verdad? Pero quienes más, quienes menos, caemos en lo mismo. Hay algo en la naturaleza humana que nos lleva a creernos “el ombligo del mundo”, a sentir que lo que vivimos es algo tan especial tan diferente, que de salir a la luz, se haría una película que olvídese usted de Sara García. “¡Es que tú no sabes lo que he sufrido yo!” es la frase favorita de este tipo de personas.

No, no lo sé. Pero ¿no todo el mundo sufre? ¿habrá algún adulto que no haya pasado un trago amargo en su vida? Estoy dispuesto a apostar a que no. Todo el mundo sufre; es algo inherente a esta vida. Claro, que a algunos les tocan situaciones más fuertes que a otras, y tampoco estoy diciendo que no debamos compadecer, entender o llorar por esas personas, acompañarlas en su dolor, e incluso-por supuesto- hacer algo para hacérselos más llevadero.

Pero por nuestra parte, dejemos de creernos “el ombligo del mundo”; dejemos de pensar que ya que tuvimos una situación dura , “diferente”, merecemos la compasión de todos; y por favor, dejemos de atosigar a otros con nuestras historias de infortunio., esperando la compasión y admiración. Lo cierto es que al actuar así nos hundimos mucho más.

Todo esto me recuerda que durante mi adolescencia, un grupo de amigos me invitó a ayudar a un par de jóvenes invidentes que se habían propuesto el encomiable objetivo de estudiar el bachillerato asistiendo a una preparatoria normal, es decir, sin facilidades especiales para ellos. Todo lo que había que hacer –que no era difícil- era acompañarles por algunas horas cada tantos días y leerles en voz alta para que pudieran estudiar, ayudarles a hacer la tarea, y en ocasiones servirles de lazarillo por las instalaciones de la preparatoria. “Pero- me advirtieron mis amigos- ten mucho cuidado con Pepe (uno de los dos invidentes); se hace la víctima, y con la cosa de que también es atleta, te va a querer “tocar la fibra” para que le hagas la tarea; se hace tonto, te despierta la compasión, y ya cuando acuerdas, ya estás haciendo todo tú, porque ¡pobrecito! Como es cieguito...”

Aquello me impactó. De inicio, pensé que mis amigos eran unos desalmados con el pobre Pepe; después de todo, tenía una desventaja, sufría mucho ¿qué me costaba ayudarle un poco más si así le quitaba un poco de presión en su vida tan dura...?

Pero ya cuando acordé, estaba cayendo en lo que me habían advertido: le hacía sus tareas, le escribía todo, mientras él cotorreaba de lo lindo en la cafetería o se pasaba la mañana en la pista... y no todo el tiempo entrenando. El buen Pepe tenía su numerito ¡tan bien ensayado! Sabía causar compasión.

Tuvo que venir el titular del programa para invidentes, un hombre muy inteligente, a hablar conmigo y abrirme los ojos. “No le haces ningún favor a Pepe sacándole las broncas” me dijo, “la vida va a ser dura con él, y si no se prepara, va a crecer con la idea errónea de que el mundo le debe algo por su condición. Y es que si te pones a pensar, todos podríamos decir lo mismo; a todos nos ha faltado algo. A mi me faltaron mis padres, a Enrique le faltó dinero y tiene que trabajar, a Liz se le murió su mamá hace dos años, el papá de Martín es alcohólico, Joaquín es demasiado bajito, etcétera. Es decir, si le buscas un poco, siempre puedes escoger alguna característica que te hace “especial” y por la cual debas pedir la compasión y ayuda de otros. Todos podríamos decir ‘soy demasiado esto, o aquello´ Pepe tiene desventajas, sí, pero parte del programa consiste en no dejarlo que se escude en ellas para no trabajar duro”.

Aquella fue una lección para mi. Era cierto. ¡Cuántas veces a esa edad me había yo mismo escudado en alguna supuesta desventaja o situación personal para llamar la atención hacia mi persona o bien para excusarme de algún trabajo fuerte! De ahí en adelante, procuré dejar de sentirme el ombligo del mundo, y caí en la cuenta de que mi vida, con todo lo importante que pueda ser, no es tan diferente de las de los demás, y que las cargas que debo soportar no son tan intensas como para creer que merezco la compasión y un trato especial.

No creo que en todos los casos, pero esta tendencia a sentirse la gran víctima y “olvidado de todos” es el origen no sólo de grandes depresiones, sino de muchos intentos de suicidio (por cierto, un especialista en estos temas me comentó que la mayoría de las personas que amagan con suicidarse y no lo hacen, solamente quieren llamar la atención; el que se va a suicidar, en la mayoría de los casos, se suicida y ya. No anda platicándolo a cada rato).

¿La receta perfecta para deprimirse, para amargarse la vida? Centrémonos en nosotros mismos, en nuestros problemas, en nuestros recuerdos y en nuestros dolores. En cambio, el método mejor para ser felices y plenos, es dejar de pensar y darle vueltas a las cosas, y dirigir nuestra atención a los problemas de los demás.
Estas son características típica de las personas realizadas y felices: piensan más en los demás que en ellas mismas, no se sienten tan especiales, y procuran no recordar agravios o sufrimientos pasados.

Si esto hiciéramos, en vez de andar por ahí quejándonos de nuestros infortunios, mucho mejor nos sentiríamos, y las personas no darían la vuelta al vernos venir.

¿Y qué sucedió con el señor de la entrevista radiofónica? Perdónenme ustedes, la verdad es que cambié de estación.

APOSTAR TODO A UNA CARTA

Este es un comentario que se publicó en Reforma a raíz del suicidio de aquél Chef.

APOSTAR TODO A UNA CARTA


Confirman suicidio de chef desilusionado

Declaró la viuda que su esposo ya estaba cansado de la vida atareada del restaurante y de que los críticos no hablaban bien de él


EFE

París, Francia (26 febrero 2003).- La muerte de Bernard Loiseau, uno de los grandes cocineros de Francia, fue un suicidio, según los resultados de la autopsia, indicaron ayer martes las autoridades.

La trágica desaparición, a los 52 años, del dueño del restaurante "La cote d'or" en Saulieu (este de Francia) ha conmocionado al mundo de la gastronomía francesa.

Según la autopsia, cuyos resultados concuerdan con las observaciones de la policía, Loiseau se quitó la vida ayer de un disparo de escopeta de caza en la boca, en su domicilio en Saulieu.

Otros famosos cocineros franceses y allegados a Loiseau apuntaron como causa de su suicidio la pérdida de dos puntos (de 19 sobre 20 a 17) en la última edición de la guía gastronómica GaultMillau, así como los rumores de que la guía Michelin le iba a quitar alguna de las tres estrellas que ostentaba desde 1991.



¡Qué triste es ver a un hombre en plenitud de facultades quitarse la vida!

¡Y más triste por lo vano de la razón!

Vamos a ver ¿qué tenía este chef?

 Salud
 El amor de su esposa y de sus hijos
 Podía dedicarse al oficio que amaba
 Realización personal
 Prestigio
 Vivía en un país que goza de un gran nivel y calidad de vida
 Vivía en tiempos de paz para su país.
 Tenía casa, autos, dinero, etc. es decir, lo que mucha gente asocia con la felicidad.

¿Por qué se quitó la vida este hombre? ¿por salvar la vida de alguien más? ¿por el honor de una mujer? ¿por su patria? ¿en un afán de donar sus órganos...?

No. Este hombre terminó con su vida, su regalo divino, porque le quitaron unos puntos en su calificación como chef. Porque su prestigio estaba en entredicho.
Tenía todo para ser feliz. Y no lo era. Dio todo por unos puntos que a la mayoría de la gente le tienen sin cuidado.

Podemos comparar la vida a un juego de cartas. Todos recibimos cartas para jugar. Algunos reciben mejores cartas que otros, pero hay que jugarlas. Hay quien juega bien sus cartas, sabe esperar sus oportunidades, las aprovecha, mide las posibilidades, y sale triunfante.

Hay quienes reciben excelentes cartas, y las juegan muy mal. E incluso hay quienes se juegan todo a una sola carta. Por ejemplo, la del prestigio. Desperdician la del trabajo, la de la salud, la del dinero, la de Dios, de la bondad, la del matrimonio, la de la patria , la responsabilidad, etc. Y apuestan su vida a una carta. Las posibilidades de perder, claro, son enormes.

Bernard Loiseau. Un gran chef. Un... ¿triunfador? tú y yo hemos visto a cientos de dueños de fonditas, cafeterías y localitos sencillos y humildes con todo tipo de dueños. Es tonificante y enternecedor ver cómo tantos de ellos (que nunca lograrán aparecer en una guía de restaurantes, que apenas sobreviven día con día para irla pasando) dan gracias a Dios por tener la oportunidad de ganarse la vida honradamente, contra todo y contra todos, en un país en el que tener un local implica luchar contra impuestos, barreras, sobornos, delincuencia y bajo nivel adquisitivo. Quizá al buen señor Loiseau le hubiera hecho muy bien haberse dado una vuelta a cualquier país de Latinoamérica para ver cómo se puede ser feliz sin prestigio.

Pero es demasiado tarde. El Chef decidió que no valía la pena seguir viviendo sin prestigio. Este estaba para él por delante de su esposa, de sus hijos de su patria y de Dios. ¡Pobre señor Loiseau! sólo nos queda rezar por él, por el descanso de su alma y por su familia.

El viernes habrá duelo en sus restaurantes. La gente hablará durante algunos días en voz baja y con morbo sobre la suerte del Chef. Pero en unas cuantas semanas nadie se acordará del simpático y trabajador Bernard. Seguirán los clientes bebiendo vino, comiendo pastisséries, y platillos deliciosos, entre risas, sin preocupaciones.

¡Qué triste manera de morir! ¡Qué triste manera de vivir! Muriendo por una estrella que, bien mirada, es una opinión de otras personas.

¿A cuántos señores Loiseau conoces? ¿No serás tú uno de ellos? ¿No estarás viviendo –muriendo- por el prestigio o el dinero, o el coche, o la casa elegante?

¿No te estarás jugando todo a una sola carta...?

Requiem por los señores Loiseau de este mundo.


Vanidad de vanidades
y todo es vanidad
- Eclesiastés

¡YA PUES!

Este es un artículo que escribí hará unos cinco años. Espero que les guste.


Por Gabriel Coronado Estrada

Hace no mucho, tuve que realizar un viaje de trabajo a la hermosa ciudad de Guadalajara, Jalisco. Mi empresa dispuso amablemente que me alojara en un hotel, que digo hotel ¡un hotelazo! “Bien-me dije-más merezco, pero con esto me conformo...” y pasé unos días de trabajo intenso que se vieron coronados por mi estancia en el lujoso hotel.

Trabajé por una semana y sucedió que el último día, dejé la habitación temprano y encargué mi maleta en la bodega que en recepción tienen para tal efecto. Como mi lugar de trabajo me quedaba cerca, planeé irme a trabajar, y al salir, de camino al aeropuerto, pasar por mi maleta. “Okey” me dijo el botones, que por lo visto hablaba inglés. Con acento de Zapopan, pero inglés al fin y al cabo.

Me fui pues ,y trabajé todo el día. Al terminar, hice una muy buena comida y hasta conseguí un aventón por parte de una colega que se dirigía al rumbo del aeropuerto. “Gracias” -le dije- “nada más déjeme pasar por mi maleta aquí al hotel tal” “¿Al hotel ‘tal’? “ -dijo ella- “¡Qué padre!”. “Pues sí, está muy padre “ dije yo.

Dicho y hecho, pasamos al hotel “tal”. Me dirigí con mi boletito en mano al botones bilingüe, quien lo tomó con mucha ceremonia. Con su uniforme de lujo, bien peinadito y tan educado, cualquiera hubiera dicho que estaba recibiendo la llave que abre la caja fuerte en donde se guardan las joyas del Imperio Británico; parecía que iba a sacar la corona real y no mi maleta de viaje, que por cierto ya estaba medio perjudicada.

El joven se metió en la bodeguita. Después de lo que me pareció un tiempo demasiado largo, salió , se me quedó viendo como quien ve a un aparecido y luego sonrió. Yo sin saber muy bien por qué, le sonreí a mi vez. Luego, él volteó a todas partes, y se quedó viendo los candiles del techo como si fuera la primera vez que los veía en su vida. Yo también volteé, pensando por un momento que se nos venía alguno encima, pero afortunadamente no fue así.

Después de unos momentos, el joven me miró nuevamente. Nueva sonrisa y vuelta al cuartito. Nueva salida, y otra revisión de los candiles. Después suspiró y tomando valor, se dirigió a mi.

-Estee...usted quiere su maleta ¿verdad?

-¡Claro! –dije yo con sorpresa por lo extraño de la pregunta.

-Y la quiere ahorita ¿verdad?

-Pues... sí, por supuesto...

- Ajá. ¡Fíjese nomás...!

Luego de este curioso diálogo, el elegante botones caminó un poco y anotó algo en una libretota que estaba en un mostrador –yo creo que era el promedio de carreras limpias de los Charros de Jalisco- y la revisó una y otra vez, mientras me dirigía nerviosas miradas. Yo, con el optimismo que me caracteriza, llegué a pensar por un momento que me había ganado el premio al cliente del año y que me iba a dar una artesanía de Tlaquepaque o algo así. Pero al ver que se retorcía las manos y no me decía nada, sospeché que pasaba algo muy gordo, sospecha que creció cuando el nervioso empleado tomó el teléfono y murmuró algo.

-¿Hay algún problema, joven?-dije ya con un poco de nerviosismo.

-Esteee, ¡no...! Bueno, sí, este...¡es que no encontramos su maleta...!

-¿Qué? Digo, ¡¿QUÉ?! ¿Pero cómo es posible...?

Ya se imaginarán cómo me puse. Dije muchas cosas, pero mi argumento principal siempre giró en torno a la creatividad demostrada por empleados capaces de perder una maleta no en un viaje a Houston por avión o por lo menos a San Juanito Chipitongo en un autobús de pasajeros, ¡sino en un cuartito en donde todo lo que tenían que hacer era colocarla en un hueco y cerrar la puerta!

En esto llegó un señor tan distinguido que podría pasar por un descendiente directo de Maximiliano de Habsburgo o por un primo perdido del príncipe de Gales, pero que resultó ser el gerente del hotel, quien me explicó que “por un error imperdonable” le dieron por error mi maleta a una pareja de extranjeros y que para esas horas debía de estar en Falfurrias Texas, que los disculpara, etc.

Por fin medio me calmé, pero no podía creer que en un hotel de esa categoría cometieran errores tan grandes.

-¿Y si se pierde una maleta ustedes pagan las cosas de valor que traiga?-grité.
-¿Trae usted cosas de valor?
-No...
-Entonces ¿por qué pregunta?
-¡Ah! Pero ¿y qué tal si trajera?
-Pero no trae.
-Pero ¿y si trajera...?

Total, que para no hacerla más cansada, les cuento que me regresé a México sin mi maleta. Me la enviaron a mi domicilio dos días después aplastada y sucia aunque más paseada que yo (esperaba de perdida una noche gratis, pero ni eso).

Por supuesto, llegando a la empresa el lunes, me puse a contarle mis quejas a cuantos se atrevieron a preguntarme cómo me había ido en Guadalajara: “Pero cómo es posible...” etc.

Yo no me había dado cuenta de cómo me escuchaba de quejumbroso, hasta que unas dos semanas después, un compañero de otra área me preguntó cortésmente sobre mi estancia en Guadalajara. Por supuesto, empecé nuevamente con el cuento de la maleta y todo lo demás. En eso estaba, cuando Luis Ángel, un sabio compañero regiomontano que estaba escuchando todo, intervino en la plática y me dijo de buenas a primeras con su franqueza norteña: “¡Ya pues, hombre...!”

“¿Perdón?” dije con sorpresa al ver interrumpido mi relato en lo más sabroso. “Sí, caray” me dijo él “¡ah cómo te gusta darle vueltas a las cosas! ¡ya tienes la maleta, ya hasta te vas a volver a ir, y sigues dale y dale con lo mismo...¡ya deja eso, caray!”

Algo en su manera de decirme esto me puso a pensar. ¡Tenía razón! El incidente que viví era una tontería. “Vamos a ver” me dije “pasé cinco días en Guadalajara en un hotel de lujo; comí excelentemente, conocí gente a todo dar, trabajé en lo que me gusta, incluso la gente del hotel me trató bien todo el tiempo. ¡Pero todo lo que recuerdo y platico es que me perdieron una maleta que ya recuperé...!

Recuerdo esta anécdota porque me ayuda a reflexionar en cómo de verdad muchas veces nos encanta estarle “dando vueltas” a las cosas, incluso aunque nos hayan pasado hace mucho tiempo. Pero ahí estamos, gozándonos en esa extraña forma de castigo.

Los expertos llaman a esto “resonancia”. Y puede volverse un defecto muy fuerte. La gente que más hace esto, es la que se la pasa recordando viejos agravios: Que si su papá no le compraba no sé qué, que si su novio de la secundaria era no sé cómo, que la vez que le hicieron, que le dijeron, ¡aj!

Con esta tendencia alimentamos el rencor. Es evidente que a personas que así actúan les es difícil perdonar. ¡Pues cómo, si cada día recuerdan todo lo que han sufrido!

¡Qué ganas de sufrir! ¿no? ¡qué ganas de amargarnos la vida! Y de paso se las amargamos a los demás. Y nos alejamos de la gente positiva, pues tales personas tienen una constante: son enemigas de quejarse todo el tiempo...y por lo mismo, tienden a alejarse de los quejumbrosos.

Pero además de todo nos hacemos infelices solos. Por ejemplo se ha encontrado que muchas depresiones tienen su origen en que tenemos demasiado tiempo para pensar; y es que cuando tenemos tiempo de pensar de más, por alguna razón tendemos a recordar lo malo. Esta es una tendencia natural. Tome usted una servileta blanca y dibújele un punto negro en el medio. Luego muéstresela a alguien y pregúntele qué es lo que ve. La gran mayoría dirá: “Un punto negro”. Casi nadie dirá “Una servilleta blanca con un puntito”.

Pero esto no tiene que ser así. Yo le recomiendo que la siguiente vez que se encuentre usted “dándole vueltas a las cosas” se diga a sí mismo: “¡Ya pues!” (aunque no es necesario que lo haga con acento norteño)

“La felicidad está en todas partes; sólo hace falta buscarla”
Madre Teresa de Calcuta

“¡YA, PUES...!”

Por Gabriel Coronado Estrada

Hace no mucho, tuve que realizar un viaje de trabajo a la hermosa ciudad de Guadalajara, Jalisco. Mi empresa dispuso amablemente que me alojara en un hotel, que digo hotel ¡un hotelazo! “Bien-me dije-más merezco, pero con esto me conformo...” y pasé unos días de trabajo intenso que se vieron coronados por mi estancia en el lujoso hotel.

Trabajé por una semana y sucedió que el último día, dejé la habitación temprano y encargué mi maleta en la bodega que en recepción tienen para tal efecto. Como mi lugar de trabajo me quedaba cerca, planeé irme a trabajar, y al salir, de camino al aeropuerto, pasar por mi maleta. “Okey” me dijo el botones, que por lo visto hablaba inglés. Con acento de Zapopan, pero inglés al fin y al cabo.

Me fui pues ,y trabajé todo el día. Al terminar, hice una muy buena comida y hasta conseguí un aventón por parte de una colega que se dirigía al rumbo del aeropuerto. “Gracias” -le dije- “nada más déjeme pasar por mi maleta aquí al hotel tal” “¿Al hotel ‘tal’? “ -dijo ella- “¡Qué padre!”. “Pues sí, está muy padre “ dije yo.

Dicho y hecho, pasamos al hotel “tal”. Me dirigí con mi contraseña en mano al botones bilingüe, quien lo tomó con mucha ceremonia. Con su uniforme de lujo, bien peinadito y tan educado, cualquiera hubiera dicho que estaba recibiendo la llave que abre la caja fuerte en donde se guardan las joyas del Imperio Británico; parecía que iba a sacar la corona real y no mi maleta de viaje, que por cierto ya estaba medio pachucha.

El joven se metió en la bodeguita. Después de lo que me pareció un tiempo demasiado largo, salió , se me quedó viendo como quien ve a un aparecido y luego sonrió. Yo sin saber muy bien por qué, le sonreí a mi vez. Luego, él volteó a todas partes, y se quedó viendo los candiles del techo como si fuera la primera vez que los veía en su vida. Yo también volteé, pensando por un momento que se nos venía alguno encima, pero afortunadamente no fue así.

Después de unos momentos, el joven me miró nuevamente. Nueva sonrisa y vuelta al cuartito. Nueva salida, y otra revisión de los candiles. Después suspiró y tomando valor, se dirigió a mi.

-Estee...usted quiere su maleta ¿verdad?

-¡Claro! –dije yo con sorpresa por lo extraño de la pregunta.

-Y la quiere ahorita ¿verdad?

-Pues... sí, por supuesto...

- Ajá. ¡Fíjese nomás...!

Luego de este curioso diálogo, el elegante botones caminó un poco y anotó algo en chica libretota que estaba en un mostrador –yo creo que era el promedio de carreras limpias de los Guerreros de Zapotlán- y la revisó una y otra vez, mientras me dirigía nerviosas miradas. Yo, con el optimismo que me caracteriza, llegué a pensar por un momento que me había ganado el premio al cliente del año y que me iba a dar una artesanía de Tlaquepaque o algo así. Pero al ver que se retorcía las manos y no me decía nada, sospeché que pasaba algo muy gordo, sospecha que creció cuando el nervioso empleado tomó el teléfono y murmuró algo.

-¿Hay algún problema, joven?-dije ya con un poco de nerviosismo.

-Esteee, ¡no...! Bueno, sí, este...¡es que no encontramos su maleta...!

-¿Qué caraj...? Digo, ¡¿QUÉ?! ¿Pero cómo es posible...?

Ya se imaginarán cómo me puse. Dije muchas cosas, pero mi argumento principal siempre giró en torno a la creatividad demostrada por empleados capaces de perder una maleta no en un viaje a Houston por avión o por lo menos a San Juanito Chipitongo en un autobús de pasajeros, ¡sino en un cuartito en donde todo lo que tenían que hacer era colocarla en un hueco y cerrar la puerta!

En esto llegó un señor distinguido. Tan distinguido que podría haber pasado por un descendiente directo de Maximiliano de Habsburgo o por un primo perdido del príncipe de Gales, pero que resultó ser el gerente del hotel, quien me explicó que “por un error imperdonable” le dieron por error mi maleta a una pareja de extranjeros y que para esas horas debía de estar en Falfurrias Texas, que los disculpara, etc.

Por fin medio me calmé, pero no podía creer que en un hotel de esa categoría cometieran errores tan grandes.

-¡¿Y si se pierde una maleta ustedes pagan las cosas de valor que traiga?!-grité.
-¿Trae usted cosas de valor?
-No...
-Entonces ¿por qué pregunta?
-¡Ah! Pero ¿y qué tal si trajera?
-Pero no trae.
-¡Pero ¿y si trajera...?!

Total, que para no hacerla más cansada, les cuento que me regresé a México sin mi maleta. Dos días después me fue entregada por un mensajero que, mientras se limpiaba la nariz con la manga, me alargó una tablita con una hoja en que firmé de recibido. ¿Me dieron alguna compensación? ninguna. Yo esperaba al menos un cóctel de cortesía en mi siguiente estancia, pero no me dieron ni una triste pluma. Incluso el mándigo mensajero mocoso me arrebató su bic, al notar mi tentación de quedármela.

Por supuesto, llegando a la empresa el lunes, me puse a contarle mis quejas a cuantos se atrevieron a preguntarme cómo me había ido en Guadalajara: Y ahí iba yo una y otra vez con la historia: “Pero cómo es posible...” etc.

Yo no me había dado cuenta de cómo me escuchaba de quejumbroso, hasta que unas dos semanas después, un compañero de otra área me preguntó cortésmente sobre mi estancia en Guadalajara. Por supuesto, empecé nuevamente con el cuento de la maleta y todo lo demás. En eso estaba, cuando Luis Ángel, un sabio compañero regiomontano que estaba escuchándolo todo, intervino en la plática y me dijo de buenas a primeras con su franqueza norteña: “¡Ya pues, hombre...!”

“¿Perdón?” dije con sorpresa al ver interrumpido mi relato en lo más sabroso. “Sí, caray” me dijo él “¡ah cómo te gusta darle vueltas a las cosas! ¡ya tienes la maleta, ya hasta te vas a volver a ir, y sigues dale y dale con lo mismo...¡ya deja eso, caray!”

Algo en su manera de decirme esto me puso a pensar. ¡Tenía razón! El incidente que viví era una tontería. “Vamos a ver” me dije “pasé cinco días en Guadalajara en un hotel de lujo; comí excelentemente, conocí gente a todo dar, trabajé en lo que me gusta, incluso la gente del hotel me trató bien todo el tiempo. ¡Pero todo lo que recuerdo y platico es que me perdieron una maleta que ya recuperé...!

Traigo a colación esta anécdota porque me ayuda a reflexionar en cómo de verdad muchas veces nos encanta estarle “dando vueltas” a las cosas, incluso aunque nos hayan pasado hace mucho tiempo. Pero ahí estamos, gozándonos en esa extraña forma de castigo.

Esta costumbre puede volverse un defecto muy fuerte. La gente que más hace esto, es la que se la pasa recordando viejos agravios: Que si su papá no le compraba no sé qué, que si su novio de la secundaria era no sé cómo, que la vez que le hicieron, que le dijeron, ¡aj!

Con esta tendencia alimentamos el rencor. Es evidente que a personas que así actúan les es difícil perdonar. ¡Pues cómo, si cada día recuerdan todo lo que han sufrido!

¡Qué ganas de sufrir! ¿no? ¡qué ganas de amargarnos la vida! Y de paso se las amargamos a los demás. Y nos alejamos de la gente positiva, pues tales personas tienen una constante: son enemigas de quejarse ...y por lo mismo, tienden a alejarse de los quejumbrosos.

Pero además de todo, nos hacemos infelices solos. Por ejemplo, se ha encontrado que muchas depresiones tienen su origen en que tenemos demasiado tiempo para pensar; y es que cuando tenemos tiempo de pensar de más, por alguna razón tendemos a recordar lo malo. Esta es una tendencia natural. Tome usted una servileta blanca y dibújele un punto negro en el medio. Luego muéstresela a alguien y pregúntele qué es lo que ve. La gran mayoría dirá: “Un punto negro”. Casi nadie dirá “Una servilleta blanca con un puntito”.

Pero esto no tiene que ser así. Yo le recomiendo que la siguiente vez que se encuentre usted “dándole vueltas a las cosas” se diga a sí mismo: “¡Ya pues!” (aunque no es necesario que lo haga con acento norteño)

“La felicidad está en todas partes; sólo hace falta buscarla”
Madre Teresa de Calcuta

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Varias veces he tenido una experiencia semejante: ya sea como actor aficionado o cuando cantaba con un grupo musical, me entra la duda de si alguien verá/escuchará/ o en este caso, leerá esto.

En las obras de teatro a veces había más gente arriba del escenario que abajo, en el patio de butacas. Me acuerdo que en una ocasión me paré en el centro del escenario y dije: "Estimado público" y un señor que estaba sentado al centro me dijo "díme Pepe". No me extrañaría que algo similar sucediera con este "Blog".

Pretendo poner aquí no solamente el consabido recuento de mis días, que bien mirados, son interesantes para mí y para Mague, mi esposa (y a veces ni para ella). Lo que quiero es compartir algunas reflexiones y algo de humor que he preparado en otros días para otras tantas aventuras e intentos literarios. Lo que encontrarás aquí son más bien artículos y alguna que otra crónica.

Los artículos y crónicas son de dos tipos: de humor -y lo aclaro en cada uno para que te rías aunque sea por compromiso- y de reflexión. Estos últimos han sido publicados en alguna revista tan bien intencionada como poco conocida. Aquellos, han tomado mil formas, han sido revisados unos, editados otros, y publicados pocos. Pareciera que el humor no es muy popular en nuestros días. O al menos, no uno que carezca de contenido político o albures. O a lo mejor se debe a que no son graciosos. Pero no me gusta pensar en eso.


Así que tengo muy buena intención-aunque no sé si talento. Por ello incluiré recomendaciones y creaciones de otros. El chiste es que esto tenga "chiste".

Así que, sin más, aquí va mi bitácora cotidiana para quien la quiera conocer.