EL AMOR ES COMO EL CAFÉ...
Por Gabriel Coronado
Muchas personas parecen, tristemente, incapaces de disfrutar de la vida.
¿Por qué pasa esto? Bien, esta pregunta tiene muchas posibles respuestas, pero me parece que una de ellas, muy importante, es el afán que muchos tienen de esperar demasiado de las cosas, las situaciones y las personas.
De niños, muchos habrán vivido una experiencia similar a esta: El Gustavito quiere tener una bicicleta con todas sus fuerzas, pero ya sea porque los papás carecen de los medios necesarios para comprarla, o bien porque quieren evitar que su crío se estampe en uno de los múltiples postes que se atraviesan en el camino o termine enredado en la salpicadera de un microbús a tan temprana edad, no le compran la deseada bicicleta y optan por un inocuo juego de Mecano.
Claro que hay niños capaces de llevarse de tajo el dedo gordo jugando al Mecano, que a fin de cuentas seguro, seguro, no es. Pero el punto es que el niño se queda con las ganas de una bici, sueña con ella, se extasía pensando en lo que sería su vida si pudiera tenerla y hasta llega a tener la sensación de que todo iría mejor con ella. “Si yo tuviera mi bici-piensa por ejemplo- no reprobaría matemáticas, porque podría ir a casa de Felipe a estudiar” . Además ya se ve viajando por las calles de su colonia para ir al fútbol o paseando con la niña más bonita de la escuela que al ver su bicicleta roja caería rendida a sus pies, y así sigue soñando. “Si yo tuviera mi bici, ¡qué feliz sería...!”
Digamos que un buen día Gustavito recibe de sorpresa una bicicleta que le da su compasivo tío Pancho, quien no aprueba las ideas de precaución y/o economía de los padres de la criatura. Estos a regañadientes, aceptan finalmente que su vástago vaya al parque a andar en su bici, iniciando una historia que puede contarse en frases:
Primer día: “¡Con cuidado, hijo, dale a los pedales!”
Tercer día: “¡Te voy a soltar ¿eh? ¡muy bien! ¡Santo Dios , qué guamazo!
Bendito sea Dios, todavía respira...
Segundo mes: “¿Otra vez te vas en la bici? ¡muy bien! ¡qué bueno que hagas ejercicio!”
Octavo mes: “Hijo ¡baja la bicicleta de la azotea, que se está oxidando con la lluvia...!
Y pues ha sucedido que la famosa y anhelada bici ha pasado a segundo término. Por alguna razón, no cambió la vida del niño. Al menos, no en el nivel que él esperaba.
Por supuesto, ahora el buen Gustavito ha llegado a la conclusión de que su vida es infeliz e incompleta porque no tiene el nuevo juego Wasting Time para Wii que tanto disfrutan sus amigos. Claro que, si algún día el buen papá se lo compra despachurrando de paso el presupuesto familiar, el gusto le durará unos meses, hasta que se dé cuenta de que tiene la versión I, cuando “todos sus amigos” (es decir, Felipe) ya tienen la versión III Mega Plus versión recargada.
¡Niños...!
Los adultos no actuamos así ¿no es cierto?
¡Pero claro que actuamos igual! Nos pasamos la vida esperando que algo o alguien nos haga felices. Esperamos como Gustavito tanto, que a la hora que vemos cumplidos nuestros anhelos sentimos que algo o alguien nos ha fallado, estafado. Tal es el caso de la novia que cree que al casarse será ahora sí, plenamente feliz, del hombre que espera que la empresa en donde trabaja le ponga todo a su gusto para que él se sienta mejor o de la pareja que achaca todos su problemas a carecer de un coche nuevo con quemacocos y entrada para i pod (Touch).
Ahí está todavía Gustavito con su bici. Porque suele pasar que ni el matrimonio por sí mismo era la perfección total y trae además de satisfacciones muchas responsabilidades, ni la empresa está ahí para que su empleado se la pase a gusto, ni el coche soluciona los problemas de comunicación de la pareja; es más, el coche ni por enterado se da de todo lo que se espera de él.
Esperamos demasiado.
Esperamos demasiado de los amigos, de la pareja. Así pasa con las vacaciones, por ejemplo. ¿Cuántas veces sucede que nos creamos una expectativa grandiosa de unos días en la playa que terminan con deudas, cansancio y quemaduras de tercer grado por quedarnos dormidos al sol como cachalotes varados? Pero así seguimos.
Entendamos entonces algo muy importante:
Si no podemos ser felices hoy, con lo que tenemos ahora, nunca lo seremos.
Y es que, si lo pensamos bien, siempre nos hará falta algo. Siempre, en cualquier situación. Y esto se debe a que el mundo, digamos, es muy mal educado: tiene la mala costumbre de ser como es y no como nosotros quisiéramos que fuera. Pero por no entender esto, nos pasamos la vida quejándonos de la gente, del gobierno, del vecino, bueno ¡hasta de la lluvia!; “¡Chin! ¿por qué llueve? ¡claro, tengo mala suerte!” me ha tocado oír diciendo a alguien muy enojado. Como si por no molestar al joven, Dios tuviera que ordenar que no lloviera...
Dice un dicho que el amor es como el café: huele mejor de lo que sabe. Pues así son muchas cosas en la vida, sobre todo cuando esperamos demasiado de ellas y no aprendemos a disfrutar de lo que somos y tenemos en el presente.
Vivamos el día de hoy, con todas sus maravillas, sin bicicleta, con un marido que ronca, en una empresa con reloj checador y con un coche al que todo le suena, menos el radio.
Porque la felicidad depende de nosotros. Es cierto que algunas cosas, logros o la compañía de alguien pueden añadir algo a esa felicidad, pero ésta siempre es una decisión personal. “Si no puedes ser feliz hoy, con lo que tienes ahora, no serás feliz nunca”.
Dejemos de lado al Gustavito que tenemos dentro, y disfrutemos cada día.
“La vida es aquello que te sucede mientras tú haces planes para otra cosa”
John Lennon
Por Gabriel Coronado
Muchas personas parecen, tristemente, incapaces de disfrutar de la vida.
¿Por qué pasa esto? Bien, esta pregunta tiene muchas posibles respuestas, pero me parece que una de ellas, muy importante, es el afán que muchos tienen de esperar demasiado de las cosas, las situaciones y las personas.
De niños, muchos habrán vivido una experiencia similar a esta: El Gustavito quiere tener una bicicleta con todas sus fuerzas, pero ya sea porque los papás carecen de los medios necesarios para comprarla, o bien porque quieren evitar que su crío se estampe en uno de los múltiples postes que se atraviesan en el camino o termine enredado en la salpicadera de un microbús a tan temprana edad, no le compran la deseada bicicleta y optan por un inocuo juego de Mecano.
Claro que hay niños capaces de llevarse de tajo el dedo gordo jugando al Mecano, que a fin de cuentas seguro, seguro, no es. Pero el punto es que el niño se queda con las ganas de una bici, sueña con ella, se extasía pensando en lo que sería su vida si pudiera tenerla y hasta llega a tener la sensación de que todo iría mejor con ella. “Si yo tuviera mi bici-piensa por ejemplo- no reprobaría matemáticas, porque podría ir a casa de Felipe a estudiar” . Además ya se ve viajando por las calles de su colonia para ir al fútbol o paseando con la niña más bonita de la escuela que al ver su bicicleta roja caería rendida a sus pies, y así sigue soñando. “Si yo tuviera mi bici, ¡qué feliz sería...!”
Digamos que un buen día Gustavito recibe de sorpresa una bicicleta que le da su compasivo tío Pancho, quien no aprueba las ideas de precaución y/o economía de los padres de la criatura. Estos a regañadientes, aceptan finalmente que su vástago vaya al parque a andar en su bici, iniciando una historia que puede contarse en frases:
Primer día: “¡Con cuidado, hijo, dale a los pedales!”
Tercer día: “¡Te voy a soltar ¿eh? ¡muy bien! ¡Santo Dios , qué guamazo!
Bendito sea Dios, todavía respira...
Segundo mes: “¿Otra vez te vas en la bici? ¡muy bien! ¡qué bueno que hagas ejercicio!”
Octavo mes: “Hijo ¡baja la bicicleta de la azotea, que se está oxidando con la lluvia...!
Y pues ha sucedido que la famosa y anhelada bici ha pasado a segundo término. Por alguna razón, no cambió la vida del niño. Al menos, no en el nivel que él esperaba.
Por supuesto, ahora el buen Gustavito ha llegado a la conclusión de que su vida es infeliz e incompleta porque no tiene el nuevo juego Wasting Time para Wii que tanto disfrutan sus amigos. Claro que, si algún día el buen papá se lo compra despachurrando de paso el presupuesto familiar, el gusto le durará unos meses, hasta que se dé cuenta de que tiene la versión I, cuando “todos sus amigos” (es decir, Felipe) ya tienen la versión III Mega Plus versión recargada.
¡Niños...!
Los adultos no actuamos así ¿no es cierto?
¡Pero claro que actuamos igual! Nos pasamos la vida esperando que algo o alguien nos haga felices. Esperamos como Gustavito tanto, que a la hora que vemos cumplidos nuestros anhelos sentimos que algo o alguien nos ha fallado, estafado. Tal es el caso de la novia que cree que al casarse será ahora sí, plenamente feliz, del hombre que espera que la empresa en donde trabaja le ponga todo a su gusto para que él se sienta mejor o de la pareja que achaca todos su problemas a carecer de un coche nuevo con quemacocos y entrada para i pod (Touch).
Ahí está todavía Gustavito con su bici. Porque suele pasar que ni el matrimonio por sí mismo era la perfección total y trae además de satisfacciones muchas responsabilidades, ni la empresa está ahí para que su empleado se la pase a gusto, ni el coche soluciona los problemas de comunicación de la pareja; es más, el coche ni por enterado se da de todo lo que se espera de él.
Esperamos demasiado.
Esperamos demasiado de los amigos, de la pareja. Así pasa con las vacaciones, por ejemplo. ¿Cuántas veces sucede que nos creamos una expectativa grandiosa de unos días en la playa que terminan con deudas, cansancio y quemaduras de tercer grado por quedarnos dormidos al sol como cachalotes varados? Pero así seguimos.
Entendamos entonces algo muy importante:
Si no podemos ser felices hoy, con lo que tenemos ahora, nunca lo seremos.
Y es que, si lo pensamos bien, siempre nos hará falta algo. Siempre, en cualquier situación. Y esto se debe a que el mundo, digamos, es muy mal educado: tiene la mala costumbre de ser como es y no como nosotros quisiéramos que fuera. Pero por no entender esto, nos pasamos la vida quejándonos de la gente, del gobierno, del vecino, bueno ¡hasta de la lluvia!; “¡Chin! ¿por qué llueve? ¡claro, tengo mala suerte!” me ha tocado oír diciendo a alguien muy enojado. Como si por no molestar al joven, Dios tuviera que ordenar que no lloviera...
Dice un dicho que el amor es como el café: huele mejor de lo que sabe. Pues así son muchas cosas en la vida, sobre todo cuando esperamos demasiado de ellas y no aprendemos a disfrutar de lo que somos y tenemos en el presente.
Vivamos el día de hoy, con todas sus maravillas, sin bicicleta, con un marido que ronca, en una empresa con reloj checador y con un coche al que todo le suena, menos el radio.
Porque la felicidad depende de nosotros. Es cierto que algunas cosas, logros o la compañía de alguien pueden añadir algo a esa felicidad, pero ésta siempre es una decisión personal. “Si no puedes ser feliz hoy, con lo que tienes ahora, no serás feliz nunca”.
Dejemos de lado al Gustavito que tenemos dentro, y disfrutemos cada día.
“La vida es aquello que te sucede mientras tú haces planes para otra cosa”
John Lennon
Gracias, Gabriel. Muy buen artículo y deja mucho que pensar. S. Paty
ResponderEliminarDe repente recordé a Gustavo Diaz Barriga...si te acuerdas de él? bueno, primero que te acuerdes de mí, Pablo, primo de Gustavo, de todas maneras muy buen artículo saludos¡¡
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