viernes, 28 de enero de 2011

CONVIVIR

Por Gabriel Coronado Estrada

Alguna vez, cierto sacerdote español dedicado también al periodismo hizo una serie de reportajes sobre los conventos en su país para averiguar cómo se vivía en la época moderna dentro de ellos. Entre muchas otras preguntas, hacía una en particular: “¿qué es lo más difícil de vivir en un convento?” la respuesta de la totalidad de las y los entrevistados, a mis catorce años de entonces, me impactó: “la convivencia con las demás”.

Hasta entonces yo había creído que la vida en un convento era lo más cercano al paraíso: un grupo de almas bondadosas que dedican su vida a alabar a Dios, en perfecta armonía y cantando felices mientras trabajan por los demás y solucionan sus problemas. Algo así como una película de Rocío Dúrcal ¡qué poco conocía yo entonces de la naturaleza humana!

Al crecer, fui entendiendo que el procurar convivir, cediendo en las prioridades personales, es parte del sacrificio ofrecido por los religiosos y religiosas a Dios por los demás. Mark Twain dijo alguna vez que para saber si dos personas pueden llevarse bien, necesitan viajar juntas una semana. Y tenía razón: podemos tener al mejor amigo, al que queremos entrañablemente, el que nos entiende y nos aprecia más. “Arturo, tú eres el hermano que hubiera querido tener” le dice un joven a su camarada en un arranque de sinceridad, a lo que el otro responde mientras le estrecha la mano: “Jorge, los amigos son los hermanos que escogemos”. Casi se les vienen las lágrimas a los ojos.

Entonces deciden hacer un viaje juntos. Será un viaje memorable que recordarán toda su vida; planean la salida con anticipación y quedan de verse en la terminal de autobuses para ir a visitar el norte del país por una semana. El día de la partida, Jorge no aparece por ningún lado y ya todos han abordado el autobús, lo cual ocasiona que Arturo tenga que pedirle a gritos al chofer que por favor no los deje, a lo que éste accede molesto porque los pasajeros refunfuñan. Finalmente llega Jorge sin rasurar y con el almohadazo en la cabeza. “Me quedé dormido” dice sonriente, mientras arroja su maleta sobre el asiento de Arturo y le truena las campechanas que se iba a comer. “¡Ánimo, chofer! -dice todavía- ¡qué cara! ¿verdad mano? ¡chin! ¡tus campechanas! no me digas que no desayunaste, ¡si el desayuno es el alimento más importante del día! yo prefiero llegar rayando, pero mi desayuno no lo perdono. ¡Oye, qué caras traen los pasajeros! ¡ni parece que vamos de viaje! ¿no te importa si ocupo la ventanilla, verdad?”

Arturo opta por ser paciente. Por supuesto, no se había desayunado. Por eso llegó temprano, por eso pudo detener al autobús por diez minutos, y por eso se iba a comer sus campechanas, que ahora quedaron en calidad de pinole. Además le gusta ir en la ventanilla, pero en aras de la amistad y la convivencia, le cede su lugar a su camarada. ¡Total, para eso están los amigos...!

Pero esta idea tiene que ser replanteada a los veinte minutos de trayecto, cuando Arturo había agarrado un sueñito sabroso y reparador, ya que siente un codazo de su amigo:

-¡Oye, oye! ¿ya te dormiste?
-¡Mhhh!
-¿Estás dormido?
-Ya no...
-¡Qué bueno! ¿me das chancecito de pasar al baño?
-¡Pásale..!

Jorge va al baño, pero se tarda mucho- demasiado- en volver. Aunque el sueño quiere derrumbarlo, Arturo procura no volverse a dormir hasta que el otro regrese, para evitar ser despertado abruptamente. Después de casi cuarenta minutos, se preocupa y va a buscarlo dando tumbos entre los asientos sólo para descubrir a su “hermano” platicando alegremente con un grupo de muchachas que ocupan los últimos asientos. “¡Arthur! Miren, chicas, éste es mi amigo, Arturo. ¿Qué crees? Aquí Maricarmen y yo fuimos a la primaria juntos ¡años sin vernos! ¿verdad? ”

Como no hay otro asiento para Arturo junto a las chicas, éste decide retornar, tomar el asiento de junto a la ventanilla y recargarse a dormir. Apenas han pasado diez minutos, lo despierta una conocida voz: “¡Hey, hey hey! ¡ quedamos en que ese es mi lugar, maestro! Oye, no te preocupes, ya vine a hacerte compañía, no creas que te dejé solo. Al cabo ya tengo el teléfono de Maricarmen.¡ Le gustaste! ¡te hubieras quedado un rato!”

Al cabo de unos minutos, cuando Arturo se ha vuelto a dormir, Jorge recuerda algo. “¡Perdón, perdón! ¡ya para no molestarte, ¿me dejas pasar tantito? ¡es que dejé el Ipod en mi maleta! ¿ ya te habías dormido otra vez...?

Tres horas después, es a Jorge a quien encontramos profundamente dormido, como policía de patrulla, recargado en el hombro de Arturo y roncando, mientras que a éste se le ha ido el sueño y no puede hacer otra cosa que ver la horrenda película que pasan en el autobús. Y doblada.

Al llegar a su destino, Jorge por fin despierta.

-¡Me dormí! ¿verdad? ¿y tú también?
-No-dice Arturo con una mueca-se me fue el sueño...
-¡Qué mal plan! ¡así pasa! ¿vamos con las chicas?

Y así transcurre el viaje, perdiendo autobuses por la impuntualidad de Jorge, con éste burlándose por las “neurosis” de su ordenado amigo, y sintiendo ambos crecer en su interior unas inexplicables ganas de arrojar al otro por la ventanilla del autobús. O del tren, lo mismo da.

Al regresar del viaje, los “hermanos” se dan un forzado apretón de manos y jalan cada quien por su lado. A partir de entonces, cada uno fingirá no conocer al otro.

¡Qué difícil es saber convivir!

Sorpresas similares se llevan esas parejas que planean muy bien la boda, pero no planean el matrimonio, y despiertan de la ensoñación de la fiesta y los invitados, sólo para descubrir ella que el ser amado aprieta la pasta de dientes por el medio y él que su princesa de cuento es capaz de pasarse dos horas seguidas probándose zapatos sin comprar ninguno.

La gente tiene sus prioridades, sus formas de ser, necesidades y manías que nos pueden sacar de quicio.

Por eso es tan importante saber ceder. Sí, ceder en lo poco importante. ¿Importa realmente por dónde aprietes la pasta, que tu marido use corbata de rayas con camisa de cuadritos o que cante en la regadera ahuyentando a los vecinos? ¿De verdad es tan malo que tu esposa acabe con la existencia de zapatos –y con la paciencia de los empleados- que duerma con la tele prendida o le dé por usar tus calcetas de correr para dormir? Si lo pensamos bien, realmente, no.

Es cierto que a menudo las manías y los arranques de los otros llegan a ser insoportables, como por ejemplo, poner todos los sábados a las ocho de la mañana un disco de K Paz de la Sierra, pero también lo es el que en eso consiste precisamente el amor y la amistad, en aceptar al otro, tratar de darle su espacio y comprenderlo. Es decir, no perder de vista lo más importante, ya sea la permanencia del matrimonio, una amistad duradera o el cariño fraterno de los hermanos y familiares. A la larga, esto recompensará más que “adiestrar” al marido a fuerza para que use la camisa por dentro, prohibirle a la esposa que vea telenovelas, pelearte con tus cuates por no “respetar tu espacio” o borrarle del celular las fotos de Justin Timberlake a tus hermanas.

Por otro lado, tenemos una herramienta clave: la negociación. Si algo nos molesta, hay que decirlo claramente, con cariño y prudencia, pero decirlo, para buscar una solución satisfactoria para todos. Por ejemplo él: “está bien si quieres ir a probarte zapatos, pero mientras déjame irme a revisar internet (o leer un libro) a una cafetería, compro algo para mí y nos vemos en dos horas para comer algo juntos” .Ella: “¿por qué no ahora que vamos al teatro te pones zapatos en vez de tenis, la camisa por dentro un rato y los demás días no te digo nada? O bien “Oye, mi cuate, por mi fue que no nos dejó el autobús. Si quieres, me quedo yo un rato en la ventanilla y otro rato tú. Además tengo sueño porque madrugué para llegar a tiempo ¿me dejas dormir unas dos o tres horas y luego platicamos?”.

La negociación nos permitirá solucionar muchos de los problemas que trae la convivencia diaria y cercana.

Pero es que además tenemos la oportunidad de ofrecer estos pequeños sacrificios a Dios, tal como lo hacen las y los religiosos sabios. ¿Cuántas veces hemos querido hacer algo grandioso por la humanidad y no nos damos tiempo? Bien, pues soportar ciertas cosas, ceder en otras con sabiduría por el bien de la convivencia y ofrecer todo esto a Dios, tiene un valor inconmensurable. Además, el evitar un enojo innecesario haciendo una pequeña oración, tiene un efecto tremendo en el alma. Nadie ha dicho que la vida tenga que ser perfecta, como en un anuncio de detergente líquido. Y si podemos “ganar puntos” con Dios ofreciendo esos pequeños sacrificios por el bien de nuestra alma, ¿por qué no hacerlo?

Todo esto, la negociación, el hablar claro y el ofrecer las pequeñas cosas a Dios, redundará en el bien de la convivencia pacífica.

Aunque tengo que decirlo: ¿K PAZ DE LA SIERRA? ¿En la mañana y en mi juicio...?

Eso sí no tiene perdón de Dios…

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